Mucho se ha hablado y escrito respecto a la
existencia de las “dos Bolivias”: la indígena, primitiva, subdesarrollada y
pobre asentada en el Occidente y la otra moderna, mestiza, industrial y
floreciente en el Oriente. Esta percepción debe ser transformada, considero que
lo más importante en este momento es buscar la consolidación de una sola Bolivia,
aquella que logre estar unida frente a posiciones extremistas.
Hace una década atrás,
Bolivia era el país sudamericano más empobrecido de la región. Sus vecinos
cercanos y lejanos la miraban con descrédito. Como si se tratase de un “pueblo
enfermo”, estudiaban las medidas a tomar para que el síndrome boliviano no se
propagase como pandemia en el Continente.
En los últimos años, se ha
devuelto la dignidad al pueblo boliviano, no sólo nacionalizando los
hidrocarburos y recuperando las empresas públicas privatizadas, sino redistribuyendo
en la población los excedentes económicos generados y recaudados por el Estado,
ampliando y dinamizando la economía interna. Como nunca antes en su historia,
Bolivia no sólo goza de una ejemplar solvencia económica, sino que transitó
hacia una saludable democracia participativa.
Para acrecentar este
espíritu progresista, nuestro país debe emprender una profunda revolución
educativa que sea implementada con la conciencia social del pueblo y con una
irrefrenable voluntad política para que Bolivia se proyecte con mayor fuerza al
desarrollo.